Amanecer en tres horas…
Seis de la mañana. Rutinas de trabajo. Amaneceres de trenes, metros, autobuses repletos... Trabajadores, estudiantes, personas como únicas aves cuyo canto quedó ahogado entre tanto trasiego, entre tanta urgencia, ayayyaya... Edificios, laberintos de metal y ladrillo, que, como sombras de encinares, olmedos y saucedos, vislumbran los rayos de sol aquejados sobre nuestros ojos, nuestros ojos cerrados de niños ayayyayay, Siete de la mañana. Astro rey.. Luz que tiernamente hiere las nubes... El Papá bueno espera, los brazos extendidos, que el ser humano por una vez por una vez se emocione con la alborada recién estrenada, con las melodías y acordes trenzados por sus seres queridos, con un cuerpo capaz de abrirse al milagro del agua, al milagro de la maravilla creada para él y los seres vivos. Ocho de la mañana... Como una sonrisa que nace en los labios de un niño… como pequeñas flores que amane...