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Mostrando las entradas etiquetadas como Maire Brennan

Acordes con que tú guitarra prendes plegarias de vida al Papá bueno...

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Trenza de latidos, mi dulce guitarra, donde te acurrucas en los brazos de la noche; en las caricias que nos entregas, maullido, ladrido y gañido de seres vivos, día a día...; en ese niño que corre con trémulas estrellas en sus zefiros de atardeceres... Ángel de luz... Melodía de nanas... de regazos donde niños nos meces y nuestros bracitos se hacen mar se hacen balandros... Te desnudas, caricia de tus cabellos, de cada ausencia de entrega y amor entretejiendo con tus sístoles y diástoles nuevas prendas, cometas de luz y primavera, en las campiñas manchegas donde sestean nuestros sueños y latidos... Sonrisa de almitas buenas en cada cabello de tu alma, donde cantas nanas a la luna acunada en sus haldas blancas... donde bisbiseas cada trenza de amapolas de heridas en nuestros rostros; donde trenzas acordes y melodías que nos enlazan, mariposas de luz, de la cintura en un eterno vals que es hogar que es doble latido... Lullaby, nos acar

Nana con que se quiere traer al amado de vuelta

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          Con los acordes dulces y serenos del arpa y el susurro alma de una nana, hondos latidos que parecen provenir de nuestro mismo pecho, se desgrana esta canción en gaélico por la mayor de las hermanas Brennan,  Maire Brennan (ya sabéis, la hermana mayor de Enya) que nos trae una canción desde la tradición popular... Su voz, desde el gaélico,  adormece al niño con la historia del O'Donnell que se convirtió en sacerdote, dejando el oro, la plata y la gloria...          En su canto dulce al niño, dejaros llevar por la caricia noche del arpa, respira la admiración que despierta en ella aquel hombre, nos llena de pasado y en esta noche de agosto,  desgrana acordes y resonancias que desde el alma nos limpian, que quieren ser esa ternura que no falte nunca a nuestra mirada niña, que quiere ser esa noche donde pintamos en el pecho de nuestra alma las estrellas que hemos sembrado, que quiere ser los los latidos que, cerrándose la noche tras nosotros, nos acaricien suave, nos acunen

Unamos nuestras manos

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           Con el sonido del piano que tantea, que es son aldabonazos en el alma para despertar, pronto dejan paso a la voz dulce de la hermana mayor de Enya, Maire Brennan, donde se hace eco de las voces del pasado, de las voces que lloraron, que perdieron a hermanos, a madres, a padres, en guerras...             Su voz, no obstante, se aquieta, se hace ola preñada de distancia, de tiempo, que nos balancea y al mismo tiempo nos conmueve, nos urge, nos condude hacia el mar desde donde procede y que, recién acostados, con los ojos húmedos todavía, nos invita, nos coge como una niña de las manos para besarnos dulcemente en los ojos, para recorrer las estelas de nuestros dolores, para ahuyentar esos pesares que la vida nos trajo...             La guitarra entonces como esas manos que entrelazan dedos, es el momento en que las palabras de Maire se llenan de alma, de la palabra que construye, que devuelva al hombre la esperanza en el hombre, que le enseñe el camino para construir puentes qu