Anochecer en tierras manchegas

         

Hoy, Señor, mientras los pasos del payaso le conducen por el mar de oro de su tierra manchega de vuelta a casa, los tejados encendidos de estrellas y de noche,  quiero hollar con mis dedos este leve salmo.

          Quiero pedirte perdón porque al regresar a mi tierra, traía el corazón lleno de mar, lleno del mar de Andalucía, no sólo el mar físico sino sobre todo el mar humano cuyas olas, olas en movimiento, me habían aupado tanto... Quiero pedirte perdón porque esa candelita que encendiste a base de tus labios de papá bonachón, se me quedó fría en el alma al llegar a esta tierra de viñedos y olivares...

          Quiero, Señor, pedirte perdón porque permití que la soledad, el dolor de mi candelita y las eternas diferencias familiares, me permitieran olvidarme de mi oficio, de las prendas de mi oficio que, con amor, con ternura, con amor de papá bueno besaste dulcemente en mi rostro, en mis ojos de niño, en mi sonrisa, en mi nariz mofletuda... sisisisis, sobre todo ahí... tú, Señor, has sabido de mis pérdidas, de mis purgatorios...

          Quiero pedirte perdón por no apreciar suficientemente, en un principio, el calor que este payaso encontró en su tierra, esa gente que,al igual que la tierra, sabe de dar calor y humedad, a las vides, olivares, algodonales, tomateros, meloneros y sandías, sabe de nuestro propio mar manchego, sabe de nuestro propio mar de emociones... serían unos cuantos los pueblos que este poeta podría nombrarte, Argamasilla, Daimiel, Miguelturra... olas que como sonrisas de niño nuestro payaso comenzó a atesorar...sonrisas y emociones desmelenadas a mi vuelta a Ciudad Real, la bondad del hombre bueno en esa Argamasilla a la sombra de Tomelloso pero con su propia alma de cansinoooooooooooos, esa tierra de Daimiel donde el sol se adormece por las tardes entre sus Tablas, en fin...

          Quiero eso sí, Señor, darte gracias porque enviaste un ángel que, por medio de su ternura, de su alma, de su calor, de sus besos, devolvió la fe a este payaso de oficio, entonces la sonrisa encendida en cada uno de los rostros de niño, entonces esa ternura, latido en mis manos y mis abrazos, entonces ese hato de emociones con que mi palabra volvía a envolverse, convirtiéndose en la voz a ti debida (gracias, Salinas), entonces en mi candelita su candelita buena...

          Hoy, Señor, en mis muchos paseos por estas calles manchegas y sus campos recién segados los preciados trigales y el sol cálido dejando pasar tenues ráfagas de aire miro de nuevo mis manos, miro hoy la tristeza dibujada en mi rostro, mientras mecánicamente cuelgo las prendas de mi oficio, mi sonrisa, mi nariz morcillona, mis pantalones bombachos, mis zapatos blancos, muy blancos en la percha de mi corazón; deslío estas palabras, pequeñas olas en movimiento y estrellas que recontaré cuando halla que partir, que pronuncien como un salmo, el alma de esta tierra manchega, la hondura y hambre de cariño de sus gentes, y de mi ángel, la dulzura, la belleza de sus latidos, la confianza cueste lo que cueste y la mirada con que me desnudaba de mis ropajes viejos y besaba dulce en mis ojos de niño... y mientras humedezco los dedos para acallar el candil, mi viejo y cálido candil y te doy las buenas noches.