La canción de las estrellas (cuarta parte)

         5.- La prisión de Adraiel


       Pero ya sabes, pequeña, que el canto de las estrellas no siempre es el mismo. -¿Ves?- Esa estrella, tan aguda como una estalactita, ha dejado de cantar, sosteniéndonos la imagen de Talita saltando y danzando alrededor de Lezraien. Si me prestas atención y tienes un poco de paciencia, aquella otra, cual estalagmita que tintinea a través de la superficie cristalina de un lago, te... -¡Chsss!¡Escucha!¿No oyes como un rumor más fuerte, como de mar, alcanza una celda que ocupa la hermosa Adraiel?- No, pequeña, nuestra princesa no había olvidado a nuestro amado Lez. ¡Cuánto llegó a odiar a su padre por enviarlo lejos de su amor y desterrarlo al laberinto Efraín!
        –Prrrinceessa, ssu almuerrzo-.
        La húmeda celda, al abrirse la puerta, sorprendía a una Adraiel dolorida. Ni siquiera echó un vistazo al desayuno que todos los días le servían. Sus manos se dirigieron al bajo vientre para exhalar después un grito que nacía de dentro. Los tambores aún resonaban en el interior de la celda mientras revivía una y otra vez el momento en que dio a luz un niño nacido por las malas artes del príncipe Critón y que poco después le sería arrebatado. Sus manos, entonces, atenazaban las viejas sábanas que envolvían su delgado y blanco cuerpo.
       La llegada del mediodía, el sol ya dueño y señor en lo alto, no conseguía tranquilizarla. Nadie, cada día era más consciente de ello, podría salvarla, ni siquiera su amado Lezraien. Como había observado en más de una ocasión, todos los barcos que se acercaban a Cracoa se daban de bruces con dos enormes gigantes rocosos, Esquila y Caribdis, que protegían la isla de visitantes inoportunos. Cualquier marinero despistado que entrara en sus dominios acababa siendo atraído bien por el flujo marino que se volvía vertiginoso bajo la voluptuosa y seductora Esquila, bien por los peligros rocosos que encerraba bajo su seno la angelical Caribdis. Cuántas veces en sus sueños las dos gigantes se le habían aparecido para arrancarle al hijo de las manos y arrojarlo, como a aquellos, al fondo del mar.
       Ya la noche prorrumpiendo levemente en su celda, algo volvía a romperse dentro de Adraiel. El recuerdo de lo que había ocurrido en los últimos meses. Después de ver lo inútil de sus intentos de recuperar a su amado, accedió a los deseos del rey sobre, entre los pretendientes que éste le presentara, escoger marido. Durante un tiempo los poemas, canciones y cartas que el joven Lez no pudo leer en el laberinto fueron su único refugio. Mas su desazón y angustia la devolvían una y otra vez al mar. Con el tiempo, acertaría a escuchar una voces, a un tiempo seductoras e imperiosas, que se acentuaban cuanto más se alejaba de la orilla. Al principio no les prestó importancia, pero con el paso de los días comenzó a perder el dominio de sí misma, despertándose a altas horas del mediodía con una sensación salobre en la boca y el susurro apremiante e intenso que procedía, según podía recordar, de una hermosísima mujer.

       Lo demás fueron jirones inconexos, mezcla de realidad y sueño, pesadilla y agua. La necesidad de ser madre y de acudir a Cracoa para unirse al príncipe Critón –el único príncipe que su padre no le había presentado- se hicieron irresistibles. Ahora, mientras la noche cae y el mar rinde sus olas, orgullosas y temibles a los pies de la isla, sabe qué conciencia fue la que la hechizó y teme como nunca, mientras las vestales la engalanan para preparar sus desposorios con Critón, la venida de la reina Selene.

       6.- Lezraien encuentra el río





       Los saltos de Talita se sucedían, pequeña ninfa,  con la frescura con que el agua se despereza en las rocas. Las manos, delgadas y hermosas,  habían ido jugando con los cabellos, hirsuta barba y ojos rocosos de nuestro desconcertado Lez. El sol despuntaba tímido cuando ambos llegaron al río, río que los elfos llamaban Elfritón. De repente Lez descubrió que la elfa lo había desnudado, sintiéndose enojado e irritado pero…¡Chssss...!¿No lo oyes?- El dedo índice de Talita se apoyó en sus labios. Lez apenas respondió con un gesto negativo. No llegaría a percibir la sonrisa picarona de la elfa cuando, después de detener la marcha y pedirle, por favor, que cerrase los ojos, lo empujó al agua.



       El río, entonces, se quebró para recoger entre sus numerosos dedos al joven que, incluso dentro del agua, volvía a escuchar la canción de Talita. Acariciado tiernamente por las acuosas manos, Lezraien recobró la conciencia de lo que le había sucedido antes de llegar al laberinto: Adraiel, el orgulloso rey Mithrain, el bosque Golezdraiel donde residía su familia... Las lágrimas resbalaban por sus mejillas ahora, mientras comenzó a escuchar otra voz, otra voz que era río, ladera, valle, cielo…

       Cuando regresa a la orilla, Talita, también conocida por los elfos como la Peregrina, lo espera con un hato de ropas que al principio confunde con grandes hojas de avellano y cuyo brillo, como le hizo saber la elfa, variaba según la luminosidad hacia un tono más claro o más oscuro. Los ojos de la Peregrina sonrieron gratamente cuando descubrió que la mirada de Lez era más limpia, más espejo de su alma, de sus latidos…   

       Mientras Lez se vestía las ropas, la voz de Talita vuelve a sonar en sus oídos con un rumor de mar y de río, que cada vez es más difícil de distinguir si procede del mismo río o de los ojos, duendecillos inquietos, de la elfa:

       -Lezraien, descendiente de los Lezríades, Elfritón, que así se llama el río, es la voz de las estrellas en la tierra. Si me escuchas atentamente, oirás el lamento de las bellas princesas que la reina Selene...

       Tu cuerpecito se estremece, pequeña ninfa, al escuchar de nuevo el nombre de Selene. No puedo evitar sonreír ante tu temor infantil, cuando un pellizco me ahoga súbitamente la risa. El furor niño de tus ojos contrasta con el tono sonrosado de tus mejillas. Mejillas que son alumbradas por mariposas de luz que revolotean aquí y allá trazando nuevas imágenes que nos devuelven la voz de Talita cerca del río, que estaba contando a nuestro Lez el lamento de las bellas princesas que la reina Selene mantiene prisioneras en el oscuro cielo. 
(Continuará, claro)

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